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La vida de Cáceres puede caracterizarse como
una de profunda tristeza: murió su hermana durante la Guerra del Pacífico
(1879–1883), murió su novio en la década de los 1890, tuvo que exiliarse
después del golpe de estado de 1895, y se casó con Ernesto Carrillo, con quien
no dejó descendencia. Después de separarse de él, vivió como mujer
independiente, estableciendo organizaciones sociales, y luchando a favor del
catolicismo y de la emancipación femenina.
Debido a su formación en un convento de
monjas en Alemania y en la Escuela de Altos Estudios en París, la cultura de la
autora fue cosmopolita.
A partir de 1895, como parte del círculo de
Clorinda Matto de Turner en Buenos Aires, dio a conocer sus primeros ensayos
feministas. El primero titulado La emancipación de la mujerapareció en Búcaro
Americano en 1896 sustanciando su relación con la destacada novelista Clorinda
Matto de Turner. La autora fue más feliz con sus libros que en el ámbito social
de París donde comenzó a publicar obras de diversa índole cuando era la primera
esposa del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. De aquella época hay
dos novelas, La rosa muerta y Las perlas de la rosa, la primera con temática
cosmopolita, la segunda andina. Es decir, cultivaba el modernismo literario y el
indigenismo. Representan los dos lados culturales en esta escritora
transatlántica, no siempre armoniosos entre sí. Más tarde se interesó por la
filosofía de Miguel de Unamuno, el catolicismo, y el sufragismo. En un momento
emotivo, apareció ante el senado peruano para protestar por una nueva propuesta
de ley que permitiría la libertad de cultos en el Perú.
Su novela La rosa muerta recientemente fue
reeditada por Stockcero. Esta obra comparte abundantes características formales
con la prosa modernista. No obstante, Cáceres desafió los parámetros
ideológicos del movimiento. Mientras que su protagonista se apropió del
precepto modernista de tener a la mujer como objeto de la veneración masculina,
ella también tomó control activo de su vida sexual en un mundo donde los
maridos todavía trataban a sus mujeres como cosas. Las cosas en esta novela no
son personas sino implementos de comunicación y medicina que evidencian el
apogeo de la era industrial. La acción transcurre entre Berlín y París, lugares
que los modernistas estimaban, pero la feminización de la representación de las
relaciones hombre-mujer implica un ensanchamiento del paradigma varonil del
modernismo. Los hombres ideales en este relato no son esposos de quienes las
esposas huyen, sino son doctores, hombres de ciencia quienes han sido liberados
de las actitudes chauvinistas masculinas. El personaje principal de La rosa
muerta, entonces, se prenda de uno de sus ginecólogos permitiendo escenas
escabrosas en una clínica parisina que habrían sido escandalosas para los
lectores de 1914, y tal vez para algunos de hoy día.
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